martes, enero 30, 2007

Nashville Skyline


Tonight I´ll be staying here with you
Track 10

Throw my ticket out the window,
Throw my suitcase out there, too,
Throw my troubles out the door,
I don't need them any more
'Cause tonight I'll be staying here with you.

I should have left this town this morning
But it was more than I could do.
Oh, your love comes on so strong
And I've waited all day long
For tonight when I'll be staying here with you.

Is it really any wonder
The love that a stranger might receive.
You cast your spell and I went under,
I find it so difficult to leave.

I can hear that whistle blowin',
I see that stationmaster, too,
If there's a poor boy on the street,
Then let him have my seat
'Cause tonight I'll be staying here with you.

Throw my ticket out the window,
Throw my suitcase out there, too,
Throw my troubles out the door,
I don't need them any more
'Cause tonight I'll be staying here with you.

lunes, enero 29, 2007

Te imitas la mar de bien

jueves, enero 25, 2007

41.
Rafaela subió corriendo las escaleras. Entró al cuarto de sus padres. Encontró a su mamá boca abajo. Revisó los cajones. Encontró el revolver de su padre y unas cuantas balas sueltas. Buscó el pomo con somníferos hasta que se dio cuenta que Marcela lo tenía sujeto entre las manos. Se lo quitó con delicadeza. Sacó una pastilla y se la metió a la boca. Sacó unas cuantas más y dejó el pomo donde lo había encontrado.
Logró escuchar la música que sonaba desde hacía rato en el equipo de la sala. Sin duda era una canción de The Cure pero no creía haberla escuchado antes. Desde las escaleras de servicio sintió unos pasos que se acercaron. La pastilla que había tomado tuvo un efecto casi inmediato. Cuando menos se lo esperaba una sombra la golpeó en la cabeza. Rafaela cayó al piso. La canción decía algo así como:
But I don't care if you don't
And I don't feel if you don't…
Cuando pudo volver en sí se dio cuenta que había vomitado saliva. Estaba tirada en el piso y un hombre, al que no pudo reconocer, le estaba apuntado con una pistola vieja y oxidada. El revolver de su papá había caído a unos metros de distancia. De pronto se dio cuenta de que era Coco quien la estaba apuntando. Rafaela le preguntó:
- ¿Qué estás haciendo?
Coco tensó su mandíbula.
- ¿Qué te pasa? -Le preguntó ella.
Coco disparó. El arma se atascó. La bala no salió. Rafaela aprovechó la pausa para darle una patada en la rodilla. Coco, que vestía un polo viejo y desteñido, perdió en equilibrio. Rafaela se puso de pié y cogió el revolver de su padre. Coco le respondió el golpe con una patada en el estómago. Rafaela se dobló en dos. El arma de su padre volvió a caer al piso. Coco la recogió sonriendo. Rafaela susurró que podían llegar a un acuerdo.
La canción de The Cure se repetía una y otra vez. Las risas eran extraídas de un programa cómico como el de Chespirito. Lo interesante era que Luis hacía chistes y todos reían, y aquello resultaba en su naturaleza bastante irreal, al menos a los ojos de él, que jamás había contado un chiste, y que jamás imaginó estar de nuevo sentado junto a Patricia riéndose.
Rafaela bajó las escaleras. Su papá estaba demasiado ocupado discutiendo con Sokolich como para prestarle atención. Ella caminó muy rígida por toda la sala, como si ocultara algo; ni su hermana, ni los amigos de su hermana se dieron cuenta de nada, en parte porque la música estaba demasiado alta y en parte porque todos estaban discutiendo. Unos amigos de Patricia se pusieron a bailar. En la sala íntima la discusión de Bobadilla y Sokolich se hizo más aguda.
Los amigos de Patricia estaban contentos porque Luis era el enamorado que ellos solían ver con Patricia en la época en que la habían conocido, la misma época en que habían descubierto a The Cure, junto a otras bandas inglesas de los ochentas. Comentaban eso cuando Rafaela trajo desde la cocina una copa de champagne burbujeante para su hermana.

42.
Una noche fueron a una reunión muy elegante donde todos estaban vestidos de gala, en un centro de convenciones frente del mar. Aquel verano parecía interminable, de día el sol quemaba y por las noches se respiraba un aire de libertad. Estaban tan enamorados que no les importó hacer el camino de regreso a pie, simplemente se tomaron de la mano y empezaron a caminar por el malecón.
Durante el trayecto hablaron de ellos mismos, estudiaron detenidamente su pasado y proyectaron su futuro. Eran tan jóvenes y se sentían tan libres que pensaron que todo iba a durar para siempre. Se besaron largo rato frente al mar.
Una vez en la puerta de la casa de Patricia las calles que rodeaban el Golf de San Isidro parecieron desiertas. Entonces todo era perfecto. Patricia lo hizo pasar. Luis vestía un terno oscuro y una camisa blanca sin corbata. Ella, en cambio, llevaba un vestido blanco de verano hasta las rodillas. La casa estaba a oscuras. Patricia se sacó los zapatos y subió las escaleras de puntillas. Luis lo hizo muy despacio, contando uno por uno los escalones.
Con Álvaro todo fue distinto. Una noche fueron al cumpleaños de un amigo de Álvaro y cuando llegaron se dieron con una casa en ruinas y una fiesta donde visiblemente abundaban los hombres. La casa parecía estar tomada por espíritus y la iluminación estaba a cargo de unas lámparas de lava. Entonces, en medio de la música y de la bulla y de las risas descontroladas, Álvaro llevó a Patricia hasta perderse en un pasadizo oscuro y le empezó a besar el cuello.
En ambos casos los protagonistas fueron ellos. Se podría decir que Patricia aceptaba de buena gana estar siempre debajo, en el lado insatisfecho de la cama, de cualquier forma, en retrospectiva, a Patricia nunca le importó mucho. Para ella el sexo estaba bien pero nunca era lo más importante. Luis y Álvaro siempre le parecieron iguales en la cama.
Excepto que después de hacer el amor Álvaro se puso otra vez su pantalón y su camisa para regresar a la fiesta, mientras que Luis empezó a soltar palabras que entonces a Patricia le parecieron pura poesía, pero en realidad era un acercamiento inmediato al futuro. Y si Patricia hubiera prestado atención, se habría dado cuenta entonces cómo iba a terminar todo. Era tan obvio que Luis lo decía aún sin tenerlo muy claro.

43.
El juicio se llevó a cabo en el 5to Juzgado Penal de Lima, con la asistencia de los familiares de las víctimas, algunos testigos y los acusados. Afuera las cámaras y los periodistas esperaban ansiosos la llegada de Luis y Rafaela. Nelson Aguirre llegó tarde. En el camino un automóvil había empezado a incendiarse y había interrumpido el tráfico varias cuadras. El humo blanco que despedía el motor del carro se elevó varios metros y empezó a asfixiar a los transeúntes.
El juicio empezaría a las 10.30 de la mañana, pero a las 11.00 los acusados recién llegaron por separado de los penales donde estaban recluidos. Cuando hicieron su entrada en la sala donde se llevaría a cabo el juicio, los fotógrafos lanzaron miles de fotos. Las cámaras se encendieron y enfocaron a los acusados.
Logró entrar porque era periodista y llevaba su pase de prensa en una mica. A pesar de haber llegado tarde, Julio Chuqui le hizo un espacio junto a él. Entonces los vio. Estaban parados uno a cada lado, él llevaba un traje oscuro, parecido a la que llevó el día que arribó; ella, en cambio, vestía un buzo que no la favorecía en lo absoluto, mas no el vestido floreado con el que se había bajado del avión.
Todos habían visto la llegada de los asesinos de San Isidro. Eran una pareja de lo más fotogénica. La opinión pública rápidamente los había vuelto personajes de la farándula. En la televisión los imitaban. Luis Sosa y a Rafaela Bobadilla en la primera plana del periódico, al día siguiente en la revista sensacionalista y luego en el programa cómico de los sábados. Fue el tema preferido durante semanas.
El juez dio oficialmente inicio a la sesión. La primera en dar sus declaraciones fue la viuda de Bobadilla. Ella llevaba un traje oscuro y unos anteojos de sol negros. Se le veía demacrada, a los ojos del público televidente habría envejecido unos diez años. Las preguntas del fiscal se sucedieron unas a las otras y las palabras de Marcela eran débiles y divagantes.
En determinado momento, el fiscal le preguntó:
- ¿Por qué piensa que su hija pudo haber dirigido este atentado contra su familia?
- Por… -dijo Marcela- por dinero…
- ¿Es cierto que Bobadilla, poco antes de ser asesinado, puso la empresa a nombre de sus dos hijas?
Marcela acercó sus labios al micrófono.
- Sí… -susurró- Sebastián tuvo que pasar la empresa a nombre de sus hijas…
- ¿Y qué pasó con la empresa luego de lo ocurrido a principios del mes de mayo?
Se limpió el borde de los ojos con la punta de un pañuelo blanco.
- La empresa se hizo líquido.
Los televidentes asintieron con la cabeza. Los periodistas murmuraron cosas. El fiscal, sentado en una mesa y hablando por un micrófono, dio por concluida las declaraciones. El juez llamó a Vanesa Rodríguez, la única amiga de Patricia que iba declarar. Cuando le preguntaron qué escuchó decir a Luis durante la fiesta, ella dijo:
- Bueno -empezó-, en realidad yo escuché muchas cosas saliendo de la boca de Luis esa noche. Una de las que más recuerdo fue hablando con su prima Paola. Yo conocía a Paola desde antes, cuando coincidimos en una academia de inglés, y me acerqué para saludarla. Ella estaba hablando con Luis, entonces yo escuché que él le decía: “¿dime, Lola, tu clítoris ya se convirtió en pene?”… -Murmullos de parte del público.- Y también escuche, pasando por la sala, cuando los ánimos ya estaban caldeados, un poco antes de irme, que Rafaela y Luis hablaban muy animados. Cuando pasé por ahí para despedirme, escuché que ambos estaban hablando de cómo se vería Álvaro muerto…
- Sea más específica -pidió el fiscal.
- Hablaban de cómo se vería Álvaro… si alguien le atravesara… con algo la cabeza…
Murmullos de parte del público.
- ¿Conocía usted al señor Luis Sosa?
- No puedo decir que lo conocía, pero sí sabía quien era. Patricia siempre me había hablado de él cuando eran enamorados, pero entonces yo la veía muy poco, debido a que estudiábamos en universidades distintas. Sin embargo, aquella noche, apenas lo vi, supe de inmediato quién era, porque llevaba un saco marrón y un pantalón plomo, y parecía estar molesto con todo el mundo excepto con Rafaela…

44.
Nelson Aguirre bebía un café cuando lo llamaron. La señal de su teléfono celular andaba pésima y apenas logró escuchar que alguien le decía que debían verse lo antes posible. Aguirre le preguntó quien era. La voz se perdió en un mar de interferencia. Aguirre no le tomó importancia entonces y lo único que hizo fue apagar su celular.
Pasó otra noche más entre la impresión del periódico y los escasos avances en computadora de su libro. Aguirre leyó las notas que habían escrito los demás periódicos con respecto al juicio de los asesinatos de San Isidro. La información en algunos casos era informativa y poco alentadora. Las pruebas contra Rafaela y Luis eran cada día más circunstanciales.
Cuando amaneció Nelson Aguirre ya había bebido suficiente café como para estar despierto el resto de la mañana. Cogió su mochila y salió del periódico con el semblante de quien acaba de acabar su jornada laboral. Era un frío día de invierno.
- ¡Aguirre! -Escuchó que alguien lo llamaba desde la otra acera.
Al principio no pudo reconocerlo bien. Estaba considerablemente cambiado. Tenía heridas en la cara y un ojo morado. Aguirre le preguntó qué le había pasado.
- Una pelea con mi viejo.
Nicolás Saiman prendió un cigarrillo en medio de la acera, volteó la mirada a ambos lados y guardó las manos en los bolsillos del viejo pantalón que llevaba.
- Necesito hablar contigo -dijo.
- Perfecto -dijo Nelson Aguirre-, ¿a dónde podemos ir?
Saiman le dio un toque a su cigarrillo, que luego lo botó a la vereda y pisó con la punta del pie. Volvió a mirar a ambos lados y dijo:
- ¿Qué tal si vamos a tu casa?
Aguirre asintió con la cabeza.
- Me parece bien.
Aguirre le preguntó si había estado viendo el juicio por la televisión. Saiman asintió con la cabeza. Aguirre le preguntó por qué no se animaba a declarar y Nicolás Saiman esbozó una gran sonrisa. Dijo que no era tan ingenuo.
- ¿A qué te refieres con ingenuo? -Preguntó Nelson Aguirre.
- Ya lo verás cuando lleguemos a tu casa.
Aguirre asintió con la cabeza y dejó que las cosas sucedieran con naturalidad. Al entrar a su casa notó que algunos libros y documentos que había dejado sobre la mesa de la cocina estaban un poco desordenados, revueltos de una forma en la que él no había estado trabajando.
Nicolás Saiman se sentó. Nelson Aguirre sirvió agua en la tetera y la puso a calentar. Revisó su pequeña sala donde veía televisión y notó que el control remoto estaba en el suelo. Entonces Saiman empezó a hablar. Dijo que fue mentira todo lo que había dicho en la anterior reunión, que sólo había hablado con él para ver si ganaba algo de notoriedad.
- Vamos -dijo-, sólo voy un joven judío homosexual perdido en el mundo.
Pero ya era demasiado tarde para retirar lo dicho. Nelson Aguirre se dio cuenta entonces que había estado mucho más cerca de lo que se imaginaba.
Todo sucedió muy rápido.
El sonido del agua que ya está hirviendo. El golpe que siente en la nuca, en la parte de atrás del cerebro, el ruido que hacen los platos al romperse cuando Aguirre se tropieza con ellos. El rodillazo en el estómago, el golpe con el revolver, la mirada atónita de Nicolás Saiman.
Entonces las piezas encajaron.
Todo cobró mucho sentido.

martes, enero 23, 2007

Ana Zajdenberg

“La apatía es el guante en el que el mal y la envidia introducen la mano”
Bodie Thoene

Conoció a Saúl en un momento extraño de su vida. Estaba a punto de terminar el colegio, usaba el pelo corto, casi a cepillo, y pensaba que su cuerpo jamás le iba a interesar a nadie. En los Estados Unidos se vivía el verano del amor; en Vietman las tropas americanas perdían una guerra; París vivía los rezagos de mayo del 68; los Beatles sacaban el disco y la película “Yellow Submarine”.
Ana Zajdenberg provenía de una familia de clase media. Su papá era un hombre bajo, de rasgos anglosajones, y trabajaba en una planta textil venida a menos; su mamá era una conocida estafadora que engañaba a las mujeres de la colonia judía durante los años cincuentas, pero desde hacía un tiempo había quedado postrada en una silla de ruedas, a causa a un cada vez más creciente problema de sobrepeso.
Lo conoció en un club que él solía frecuentar. Ana había ido acompañando a unas chicas del colegio que habían aceptado llevarla con tal de que conociera a alguien. Lo primero que hizo al entrar fue ver a Saúl jugando pin pon. Él tenía una expresión risueña en el rostro, y cada vez que metía un punto se dirigía a la mesa de al lado, donde una bella chica de ojos verdes estaba sentada.
Ana arrastró una silla y se dedicó a contemplarlo. Al principio le costó ocultar la sonrisa que le provocaba verlo. Saúl se movía de un lado a otro al ritmo de la pelota de pin pon. Pregunto a las chicas si lo conocían.
- Saúl Abromowitz -dijo una de ellas-, lo conozco desde que éramos niños.
Se puso de pie y se dirigió a su encuentro. Durante el trayecto tuvo tiempo para pensar en lo que le diría, y también pensó en como había sido su vida hasta la fecha. Llegó a la conclusión que había sido como una fiesta donde la única que no bailaba era ella. Creció con un miedo innato a su madre, con el pelo rojo y desordenado sobre la cabeza. Un día se lo cortó muy chiquito en una peluquería nueva.
- Creo que te conozco -dijo, abordando a Saúl.
- ¿A mí?
- Sí. ¿No te acuerdas?
- Lo siento.
Saúl la invitó a sentarse. Ana le dijo lo terrible que era que no se acordara de ella. Saúl, entre risas, le pidió que le hablara un poco más de sí misma para así poder acordarse. Ana le dijo que era argentina. Saúl negó con la cabeza. Ana le dijo que bueno, que en realidad no era argentina, pero que su mamá sí lo era, y que por eso ella había nacido allá. Que la música que más le gusta escuchar era en inglés y que si pudiera conocer a alguien conocería a Los Beatles.
- Vaya -dijo Saúl-. Es raro que no me acuerde de ti.
- Sí -dijo Ana, satisfecha.
- Cuéntame un poco más.
- Está bien -Ana blanqueó los ojos-, estoy acabando el colegio, no sé si pase de año, a la fiesta de promoción no quiero ir y tampoco quiero que pongan mi foto en el anuario. Cuando voy al colegio no hablo con nadie y me gustaría ir a la calle más seguido pero nadie me invita a salir, y por ahora ando leyendo algunos libros…
De pronto junto a Saúl estaba ella, la chica de los ojos verdes.
- Ana, te presento a Raquel Welingher.
Entonces se sintió destrozada.

Obsesión y traición

Al principio había estallado de furia. Los días siguientes al que Saúl le dijo que era enamorado de Raquel, Ana se sumió en la más profunda depresión. Los días, en lugar de ser soleados y llenos de flores, le parecieron parcos y sin sentido. Empezó a caminar sin rumbo fijo por las calles. Su delgado rostro y su pelo rojizo la hacía resaltar entre la multitud. La nariz puntiaguda, la quijada desencajada y los huesos del cuello.
Fue en octubre. Las veredas estaban repletas de flores amarillas que caían de los árboles. Ana y Saúl caminaron sobre ellas por las calles de San Isidro. Decidieron estacionarse en un parque. Entonces, bajo la sombra de un enorme árbol, le contó que hacía algunos días había ido a la casa de Raquel y le había pedido que fuera su enamorada.
Ana era conciente de su situación de desventaja, así que no se echó a llorar sobre la grama aquel día de octubre y entendió que para tal caso ya poco importaba si Saúl estaba con Raquel o no, o si luego él se casaba con ella, como efectivamente ocurrió, a esas alturas Ana estaba convencida de que no importaba lo que pasara, ella siempre iba a estar enamorada de Saúl Abromowitz.
Entonces empezó a inventar historias. Un día le contó que se había enterado que Raquel era una hipócrita y una envidiosa. Por supuesto que Saúl no le creyó. Entonces ella siguió insistiendo. Dijo que la gente decía que Raquel era una cualquiera, que utilizaba a los hombres. Inventó que Raquel había tenido un romance con un primo. Pero Saúl nunca le creyó.
Finalmente Raquel quedó embarazada y Samuel se casó con ella civilmente en una pequeña oficina de la municipalidad de San Isidro. Entonces empezó la intriga. Nadie pudo evitar que Saúl siguiera frecuentando a Ana y que ella se volviera una suerte de confidente. Muchas veces Ana, en el transcurso de los años en los que Saúl estuvo casado con Raquel, sintió que estaba a punto de perderlo. Los días que Saúl no la llamaba eran insoportables para ella. Se dio con que tenía una obsesión.
Un día le habló tan mal de Raquel que Saúl terminó creyéndose todo. Al día siguiente él la llamó a su casa y le dijo que todo había acabado. Esta vez la discusión había sido fatal y acabaron separándose. Raquel se llevó a su hija y Saúl quedó destrozado. Era la oportunidad que Ana había estado esperando desde hacía tiempo.
Una vez, cuando se encontró con Raquel en la calle, le dijo:
- Que pena que hayas tenido que separarte de Saúl.
A lo que ella le dijo:
- Por lo menos mi mamá no es una estafadora.
Sin perder el tiempo Ana llamó a unas amigas y urgió información sobre la actual situación de Raquel Welingher. A pesar de que no era en lo absoluto una persona grata en la colonia, las mujeres se volvían cómplices cuando se trataba de chismes y secretos. No tardó muchas horas en enterarse de que Raquel había huido con un comerciante japonés. De inmediato llamó a Saúl y se lo contó todo.
- Te advertí que Raquel era una ambiciosa y una coqueta -le dijo Ana por teléfono-, de seguro pronto dejará al tonto japonés.
Saúl pasó entonces por una fuerte depresión, que amenguaba sólo cuando hablaba mal de Raquel en casa de los Zajdenberg. Así los días se sucedieron los unos a los otros y Saúl comprendió que la suerte estaba echada. Contrató a un policía y comprobó que Raquel estaba viviendo con el japonés. La cizaña de Ana dio sus primeros frutos y Saúl cosechó un gran desprecio hacia Raquel, al mismo tiempo que afianzó su relación con una cada vez más satisfecha Ana Zajdenberg.

Matrimonio y muerte

Unos años más tarde el divorcio se transformó en realidad. Entonces Saúl que lo mejor que podía hacer era casarse con Ana, que ella lo quería realmente y nunca le haría daño. Al principio sus papás hicieron lo posible por persuadirlo pero todo intento fue en vano. Saúl estaba convencido de que, a pesar de todo, Ana sería una buena esposa.

sábado, enero 20, 2007

under the red sky

martes, enero 16, 2007

Stefany Salzman

La señora Salzman hizo rechinar el sillón estilo Luis XV en el que estaba sentada.
- Señora Salzman -dijo el coronel de la policía, cruzando ambas piernas y dejando la taza de café sobre un pequeño plato-, no piense que mi intención ha sido contrariarla…
- No se preocupe -dijo la señora Salzman-, tengo excelentes abogados…
- Tengo entendido -empezó el coronel - que usted sólo frecuenta a gente de la comunidad…
- Soy argentina y judía, ¿a quién más espera que frecuente?
- Tomando en cuenta las mujeres que usted ha estafado, ¿no le da miedo que la comunidad judía le de la espalda?
- Sólo a los pobres les da miedo la soledad…
El coronel de la policía vestía un terno y zapatos marrones, además de un pulcro y bien cortado bigote negro sobre sus labios.
- Hablo en serio, señora Salzman…
- No los necesito -dijo ella.
El coronel de la policía sonrió.
Unos niños atravesaron la habitación. La señora Salzman los mandó llamar. Se los presentó al coronel como sus hijos. El coronel los miró de arriba abajo. La niña, que era más bajita, tenía el pelo rojo y desordenado. La señora Salzman hizo que se presentaran. El más alto se presentó como Jhony, extendiéndole la mano, mientras que la niña musitó un leve Stefany. El coronel de la policía felicitó a la señora Salzman acariciando la cabeza de sus hijos.

Por las noches, Rogelio Salzman llegaba del trabajo y cenaba con su esposa y sus dos hijos. Como sucedía con muchas familias en la década de los sesentas, sentarse a comer frente a la televisión prendida se hizo costumbre. El señor Salzman era un hombre más bien bajo, de rasgos anglosajones, como todo miembro de la colonia, era conservador y estricto con su familia, solía llevar a sus hijos a la sinagoga y ansiaba casarlos con otros miembros de la colonia.
Esa noche, la cena de los Salzman consistía en hamburguesas que el señor había traído del Tip Top.
- ¿Y qué tal les fue en el colegio? -Les preguntó el señor Salzman a sus hijos.
A Jhony, como siempre, le iba bien en el colegio. Stefany, por el contrario, era una estrella opaca y sin luz.
- ¿Qué pasó, Stefany? -Preguntó el señor a su hija.
- Odio el colegio. Ya no quiero ir, papá. No tengo amigas y odio los cursos.
La señora Salzman le dirigió a su hija una mirada de reproche. Jhony se llevó a la boca una hamburguesa con papas fritas y mostaza. Kiko Ledgar hizo una broma desde el televisor y todos rieron.
- Eso es mentira -dijo Rogelio- el otro día fuiste a casa de esta chica, Ética…
La cabellera roja y desordenada de Stefany parecía arder. Dijo que Ética era una hipócrita. Jhony le dio otro mordisco a su hamburguesa con papas fritas y mostaza. Algunas lágrimas brotaron por los ojos de Stefany. Las lágrimas ablandaron al señor Salzman. Su esposa bañó con ketchup su hamburguesa con ensalada. Rogelio abrazó a su hija y le dijo al oído:
- Son unas envidiosas.

Por la ventana ya no quedaba nada de la fresca tarde de primavera que había sido. Ética leía en su cama el libro de historia universal que le habían dejado leer en el León Pinelo.
- ¿No vas a estudiar para el examen de mañana? -preguntó Ética.
- Ya me las arreglaré… -dijo Stefany.
- No entiendo cómo pretendes pasar de año si nunca estudias…
Stefany sonrió. Con la luz de la lámpara logró ver su desordenada cabellera roja reflejada en el cristal de la ventana.
- Le doy pena a los profesores.
- Eso de infundir pena es poco digno, ¿no crees?
- Para mí no. Yo vivo un infierno. Lo que les digo es el fiel reflejo de mi realidad…
- Para mí que no te gusta estudiar, nada más…
- Es cierto, no me gusta estudiar.
- Ni siquiera eres religiosa, nunca te he visto en la sinagoga.
Stefany sonrió.
- Lo que haces está mal -dijo Ética.
Stefany caminó hasta llegar a la cama donde estaba su amiga. Sacó del bolsillo de su mochila una cajetilla de Malboro rojo y un encendedor fosforescente.
- ¿Qué haces?
Stefany prendió un cigarrillo.
- Eres tan mojigata -le dijo.
- Tú problema es que no tienes límites, en todo lo que haces quieres exagerar.
- Puede que tengas razón -apuntó Stefany.
- Apaga eso, mi papá me va a matar…
Ética se puso de pie.
- Tu papá fuma las veinticuatro horas, un cigarro más prendido en la casa no hará ninguna diferencia.
- Estás loca, ¿sabías?
Stefany se miró en el espejo del tocador. Acomodó su rojiza melena sobre su cabeza. Cada día que se veía en el espejo se encontraba más fea, conforme pasaban los días encontraba más defectos en sí misma.
- Voy a cortarme el pelo -dijo.
Ética empezó recoger las cosas que Stefany había dejado esparcidas por la cama. Lo metió todo bien ordenado en su mochila y se la extendió.
- Qué bueno -le dijo-, ahora vete…

Conoció a Daniel en un momento extraño de su vida. Estaba a punto de terminar el colegio, usaba el pelo corto, casi a cepillo, y pensaba que su cuerpo jamás le iba a interesar a nadie. En los Estados Unidos se vivía el verano del amor; en Vietman las tropas americanas perdían una guerra; París vivía los rezagos de mayo del 68; los Beatles sacaban el disco y la película “Yellow Submarine”; en el León Pinelo elegían a Stefany Salzman como “el chico más feo de la clase”.
Stefany hacía oídos sordos a ese tipo de comentarios. Decidió dejar de vivir pendiente de lo que pensaban los demás. Por primera vez en mucho tiempo dejó de ser un problema su aspecto y se centró en su vida interior. Como consecuencia de eso vino el ensimismamiento, que a la larga terminó en un cuadro crítico de ocio, que la llevó a leer algunos libros.
Fue así hasta que conoció a Daniel Osoc.
Ética andaba enamorada de un chico rubio que la besó una noche y que luego había desaparecido. Le pidió a Fanny que por favor la acompañase a un club de la comunidad judía que él solía frecuentar. Cuando entraron, lo primero que Stefany vio fue a Daniel jugando pin pon: él llevaba una expresión risueña en el rostro, cada vez que hacía una anotación iba a la mesa de al lado, donde una bella chica de ojos verdes estaba sentada.
No pasó mucho tiempo para que Ética se perdiera entre la multitud. Stefany se sentó en una silla que encontró cerca y se dedicó a contemplarlo. Al principio le costó un poco ocultar la sonrisa que le provocaba verlo. Daniel se movía de un lado a otro al ritmo de la pelota de pin pon.
- Ya vámonos -dijo Ética cuando apareció a su costado.
- ¿Y tu noviecito? -Preguntó Stefany.
- No está.
Stefany sacó de su cartera una cajetilla de cigarros y prendió uno. Ética arrastró una silla de plástico y se sentó.
- ¿Qué hacemos acá? -Preguntó Ética.
- Miramos al chico que juega pin pon -dijo Stefany.
- ¿A Daniel?
- ¿Lo conoces?
- Desde que éramos niños.
Stefany abrió los ojos y le dio un fuerte sorbo al cigarrillo que tenía entre los dedos. Buscó en las paredes de la sala algún espejo. No encontró ninguno.
- ¿Te gusta? -Preguntó Ética con cierto desagrado.
Stefany sonrió.
- Sí -dijo-, ése chico tiene algo.
- ¿Qué cosa?
Daniel Osoc ganó. Levantó los brazos y dio un pequeño salto. Terminó haciendo una celebración bastante ridícula a los ojos de Stefany. Luego caminó hasta la mesa, donde estaba su amiga, la de los ojos verdes, y bebió de un sorbo el resto de la coca cola que quedaba de un vaso.

El chico que había estado jugando con Daniel invitó a la chica de ojos verdes a jugar. Ella aceptó y dejó a Daniel solo en la mesa. Fue el momento preciso para atacar. Ética se había ido en busca de un chico rubio igualito al que estaba buscando. Stefany se puso de pie y se acercó. El trayecto fue interminable para ella. Tuvo tiempo para darse cuenta que la chica de ojos verdes jugaba malísimo. Abordó a Daniel diciéndole:
- Creo que te conozco.
- ¿A mí?
- Sí. ¿No te acuerdas?
- Lo siento…
- Stefany Salzman. ¿Cómo es posible que no te acuerdes?
Daniel la invitó a sentarse, le sirvió un vaso de coca cola. Stefany siguió diciéndole lo terrible que era que no se acordara de ella. Daniel, entre risitas, le pedió que le hablara un poco más de sí misma para así poder acordarse. Stefany le dijo que era argentina. Daniel negó con la cabeza. Stefany le dijo que bueno, que en realidad no era argentina, pero que su mamá sí lo era, y que por eso ella había nacido allá. Que la música que más le gusta escuchar era en inglés y que si pudiera conocer a alguien conocería a Los Beatles.
- Vaya -dijo Daniel-. Es raro que no me acuerde de ti.
- Sí -dijo Stefany, satisfecha-, es muy raro.
- Sobretodo por tu pelo.
- ¿Mi pelo?
- Sí, muy pocas chicas lo usan así. Me gusta.
- ¿Te gusta? -Preguntó Stefany.
- Sí. Pero dime, ¿de dónde nos conocemos?
- Ah pues… -Stefany se lo pensó un rato- de la casa de Ética.
- ¿De Ética? ¿Segura? -Daniel pasó sus dedos por sus labios.- Vaya, no voy por la casa de Ética hace años…
Stefany se puso nerviosa.
- Sí, bueno, no tantos años…
- ¡Como cuatro años!
- ¿Estás seguro?
- ¡Ah! No… tienes razón. Fui a su casa en su cumpleaños del año pasado. Vaya, qué buena memoria tienes.
Stefany le dio un sorbo a su vaso con coca cola y sacó otro cigarrillo de su cartera.
- Así que… Stefany, ¿no?
- Aja.
- Háblame un poco más de ti…
- Bueno… -Stefany blanqueó los ojos-, estoy acabando el colegio en el León Pinelo. No sé si pase de año, a la fiesta de promoción no quiero ir y tampoco quiero que pongan mi foto en el anuario. Cuando voy al colegio no hablo con nadie y afuera sólo hablo a veces con Ética. Me gustaría ir a la calle pero nadie me invita a salir, y por ahora ando leyendo algunos libros…
- ¿En serio? ¿Y qué estás leyendo?
- Bueno, estuve empezando a leer el cuarteto de Alejandría.
- ¿Qué es eso?
- Son cuatro novelas que trascurren en Alejandría.
- Vaya.
- Sí, al principio me pareció aburrido pero…
- Stefany, te presento a Regina Lidid…
De pronto junto a Daniel estaba ella, la chica de los ojos verdes. Había terminado de jugar pin pon y tenía unaa paleta roja en la mano. Le sonreía a Daniel con una dentadura perfecta. Stefany se sintió destrozada.
- ¿Y qué tal te fue? -Le preguntó Daniel a la chica de ojos verdes.
- Pésimo -dijo Regina.
- Es que deberías practicar más.
- No, nunca seré buena jugando pin pon.
- ¿Tú qué crees? -Le pregunto Daniel a Stefany.
- Creo que hay cosas para las que una es buena y otras no.
Daniel tomó a Regina de la mano y sonrió.

La señora Salzman contestó el teléfono.
- Señora Salzman -era el coronel de la policía-, llamaba para advertirle que he encontrado varias denuncias pendientes contra usted, dos en la comisaría de Jesús María y una en la comisaría de Miraflores. Todas fueron hechas por miembros de colonia judía. La de Miraflores parece que ya pasó al poder judicial…
Escuchó que alguien entraba a la casa. Logró ver las delgadas piernas de Stefany subiendo por las escaleras. Soltó entre dientes un maldita sea. Le recriminó al coronel de la policía:
- ¿Qué es lo que quiere?
- Sólo llamaba para advertirle que está siendo investigada…
- ¿Investigada?
- Señora Salzman, algunas de estas denuncias tienen más de tres años.
Alguien descolgó otro anexo.
- Lo siento -dijo Stefany.
- Todo esto le puede salir muy caro -dijo el coronel.
- Escuche -dijo la señora Salzman-, no le he robado nada a nadie así que déjeme en paz…
- Señora Salzman, yo la quiero ayudar…
- ¿Es que no escuchó? ¡Déjeme en paz! -y colgó el teléfono.
Se dejó caer pesadamente. Los cuadros en pan de oro brillaron con el tenue brillo de la tarde. Sus muebles de madera tallada le recriminaban algo. Al rato Stefany bajó por las escaleras. Seguía con su uniforme escolar. Se acercó hasta donde estaba sentada su madre y le preguntó:
- ¿Pasó algo, mamá?
La señora Salzman negó con la cabeza.
- No.
Stefany se sentó al lado de su madre. Había un silencio sepulcral. En ese momento Stefany se empezó a cuestionar muchas cosas con respecto a su madre y al fantasma que la perseguía. Por un momento se dio cuenta que estaba asustada.
- ¿Pasa algo malo?
- No hija, no pasa nada… -la papada de la señora Salzman se hizo cada vez más grande-. ¿A quién ibas a llamar?
Stefany se ruborizó.
- ¿Te puedo contar algo, mamá?
- Claro que sí.
- Conocí a un chico la otra vez…
- ¿Es judío?
- Sí.
- Te felicito -la señora Salzman hablaba con dificultad-, y cuéntame, ¿cómo es él?
- Bueno pues -Stefany levantó los ojos, miró el techo-, creo que es divertido y romántico, juega bien al pin pon, tiene el pelo castaño y lleno de rulos…
- Suena bien.
Poco a poco se fue haciendo de noche. Afuera, la gente caminaba de regreso a casa. Había sido un tranquilo día de setiembre. Sin mucho preámbulo Stefany dejó a su madre y subió por las escaleras. No fue hasta entonces que estuvo realmente decidida.

Daniel dejó que el teléfono sonara varias veces antes de contestar.
- Hola.
- ¿Se encuentra Daniel?
- Sí.
- Daniel. ¿Es que nunca te acuerdas de mí?
- No -Daniel movió su cabeza de un lado a otro-, no es eso Stefany… -Luego lanzó una carcajada-. Es que estaba esperando otra llamada…
- ¿Ah sí?
Daniel suspiró.
- Estaba esperando a que Regina llamara.
Stefany caminó hasta la puerta de su cuarto. El cable del teléfono se extendió hasta el límite. Apenas pudo alcanzar el espejo donde se vio a sí misma con el uniforme escolar, el pelo muy corto y un par de ojeras enormes debajo de sus ojos. Su mal aspecto la deprimió.
- Bueno -dijo Stefany, con cierto tono-, mejor no ocupo la línea…
- ¡No! Stefany… quería hablar contigo de eso.
- ¿Conmigo? ¿De qué?
Daniel se echó sobre su sillón. Se quedó mirando el techo largo rato. Decidió ordenar un poco las ideas que inundaban su cabeza.
- No se lo he dicho a nadie -empezó Daniel-, pero desde hace un tiempo sueño con Regina.
- ¿Cómo?
- Ya sabes, sueño que Regina y yo estamos en una playa desierta y nos besamos.
- ¿Qué?
- Creo que me estoy enamorando de ella.
Stefany tragó saliva.
- Pero, Daniel, no puedes estar enamorado de ella…
- ¿Por qué?
Se lo pensó un rato. Se dejó caer en el piso sobre la alfombra y buscó una mejor excusa. No era tan fácil como decir no quiero y punto. Empezó a elaborar un detallado plan.
- Porque Regina… ella es mala. No te lo quería decir, Daniel, pero en el colegio se habla mucho de ella, todos dicen que es una… hipócrita y una envidiosa…
- ¿Quién puede decir eso?
- En serio. Yo tampoco lo creí al principio, porque pensé que una chica con ojos tan bonitos -Stefany hizo una mueca- no podía ser mala ni nada por el estilo. Pero la otra vez que estaba conversando con Ética en el León Pinelo, se nos acercó una chica y nos preguntó: “¿Ustedes conocen a Regina Tidid?”, y ambas le respondimos: “Claro que sí, es amiga de Daniel Osoc”, y la chica nos dijo: “¿Pero cómo pueden parar con Regina Tidid? Si ella es una cualquiera”…

Esa mañana los Salzman se despertaron con la noticia de que un general del Ejército, junto a otra media docena de militares, había derrocado al presidente de la república. El 3 de octubre de 1968 fue un día particularmente triste y nublado.
- ¿Qué es lo que ha pasado? -Preguntó Stefany cuando bajó a tomar desayuno, tenía puesto su uniforme escolar y en la mano sostenía su maleta negra.
- Han derrocado al presidente…
- ¿Qué?
Por el televisor de la sala, un militar de mirada inexpresiva se autoproclamaba presidente del Perú. En su Manifiesto, los militares del golpe criticaban duramente el gobierno de Belaúnde y tildaban su solución al problema de La Brea y Pariñas de “imperialista”. En las calles se respiraba un aire tupido que llenaba de asombro y desconcierto a la gente.
- ¿Y eso qué significa?
- Que de ahora en adelante, nada va a ser lo mismo -dijo Jhony.
- ¿Por qué?
- Porque ahora todos somos víctimas de la revolución -apuntó la señora Salzman.
Stefany negó con la cabeza. El militar que salía por televisión tenía una prominente calva, su uniforme acompañaba la rigidez de sus formas. La palabra revolución se repetía varias veces en su discurso. Otra imagen mostraba a un tanque en las puertas de Palacio de gobierno.
Pensó en que había quedado en encontrarse con Daniel, iban a conversar a solas sobre lo que Daniel consideraba algo que no pasaba todos los días. Iba a pedirle a Regina que sea su enamorada. Eso Estefany tenía que impedirlo a toda costa.
- ¿Y qué pasó con el presidente que ya teníamos?
- Nadie sabe exactamente dónde está Belaúnde -dijo el señor Salzman-. Por la radio escuché que el golpe lo había agarrado en la cama con su secretaria -lanzó un par de risitas-, los militares lo sacaron a la calle en pijama, y luego lo metieron a un avión. A estas alturas ya debe estar muerto…
- No hables tonterías, Roberto -dijo la señora, con su pijama rosada y su voluminoso cuerpo junto a la mesa.
- Todo esto es muy injusto, en menos de un año iban a ser las elecciones…
- ¡Pero por supuesto! Por eso lo han hecho -dijo Jhony.
- Basta -interrumpió la señora Salzman-, en esta casa nunca se ha hablado de política y no vamos a empezar ahora…
- ¿Pero qué te pasa, mujer?
La señora Salzman se levantó de la mesa. Un delgado hilo de saliva le colgaba por la boca cuando se dirigió a la sala, donde Stefany contemplaba el discurso del nuevo presidente de la república.

El miércoles 9 de octubre las fuerzas armadas irrumpieron en la “International Petroleum Company” de Tarala, así como en los yacimientos petroleros de La Brea y Pariñas. Según la Junta Militar, aquella acción había significado la primera acción antiimperialista de un gobierno Revolucionario. El 9 de octubre fue declarado día de la “Dignidad Nacional”.
- ¿Puedes creerlo? -preguntó Daniel, mientras leía una edición vespertina del diario La Crónica.
- Le llaman gobierno totalitario -apuntó Stefany, leyendo sobre su hombro.
- No sé qué le veían de malo a Belaúnde.
- Yo no lo conocí mucho, mi familia nunca ha sido de hablar de política.
- En mi familia sí, por eso ahora prefiero no opinar.
- ¿Por qué?
- Ya sabes cómo es la política y ya sabes cómo somos los judíos.
- Es cierto.
Las veredas en San Isidro estaban repletas de flores amarillas que caían de los árboles. Stefany y Daniel caminaron sobre ellas por las calles aledañas al León Pinelo, donde algunas familias judías se habían asentado hacía ya varias generaciones. Decidieron estacionarse en un parque, los árboles estaban cubiertos de hojas verdes, porque era primavera, y en la cabeza de Stefany sonaba una canción de Los Beatles llamada “You´re gonna lose that girl”.
- Dicen que está en Argentina -soltó Daniel.
- ¿Quién?
- Fernando Belaúnde…
- Ah…
Stefany blanqueó los ojos. Daniel la tomó de la mano y la llevó hasta la sombra de un árbol enorme. Se sentaron en la grama. Los ojos de Stefany entonces brillaron, su sonrisa se hizo cada vez más y más grande. Finalmente, algo que nunca había sentido en su corazón nació…
- Daniel -dijo, juntando ambas manos-, mencionaste la otra vez por teléfono que íbamos a discutir sobre algo que no pasaba todos los días…
- Es cierto -apuntó él, como si acabara de acordarse de algo muy importante-, no te conté, pero la semana pasada, cuando habíamos quedado en encontrarnos, ¿te acuerdas? Bueno, como no apareciste yo me quedé con las ganas y decidí ir hasta su casa y hablar con ella. Así que tomé todo mi dinero y salí sin decirle nada a nadie… No me importó el golpe de estado, ni las protestas, ni el asunto en el congreso, ni nada… simplemente caminé y caminé hasta llegar a Jesús María, que es donde ella vive…
- Vaya… -suspiró Stefany.
- Y bueno, la encontré algo inquieta por lo que pasaba en el país y hablamos cerca de dos horas sentados en la puerta de su casa. Su mamá, que es muy amable, me sirvió chicha morada y así pude reponerme de todo lo que había caminado… Creo que me habré tomado como cinco o seis jarras de chicha morada -Daniel rió-, el caso es que le pedí que sea mi enamorada y ella aceptó…

A pesar de todo Stefany era conciente de su situación de desventaja, así que no se echó a llorar sobre la grama aquel miércoles de octubre de 1968, y entendió que para tal caso ya poco importaba si Daniel estaba con Regina o no, o si luego se casaba con ella, como efectivamente ocurrió, a esas alturas Stefany estaba convencida de que no importaba lo que pasara, ella siempre iba a estar enamorada de Daniel Osoc.
Dejó que el tiempo pasara y los meses se acumularon, y los calendarios fueron quemados en la chimenea durante las tardes de invierno. La señora Salzman siguió engordando hasta quedar postrada en una silla de ruedas.
- No es nada -dijo Stefany, cuando Daniel la llamó-, simplemente he estado ocupada estos últimos meses.
- Hace tiempo que no te veo, extraño nuestras conversaciones.
- Yo también -dijo ella, enredando los dedos con el cable del teléfono-, es sólo que soy demasiado posesiva a veces con la gente, y desde que estás con Regina siento que te he perdido…
- Ella también quiere saber cómo estás.
- Daniel, ya te he dicho varias veces lo que pienso de ella.
- ¿Qué piensas de ella?
- Que es una cualquiera.
- No digas eso…
Una sonrisa se asomó por los labios de Stefany.
- Quiero hablar contigo -dijo David.- ¿Puedo pasar por tu casa?
Cuando colgaron Stefany no pudo ocultar su alegría. Tal fue el alboroto que la señora Salzman le preguntó qué le pasaba, mientras ella en su pequeña cabecita de rebelde sin causa estaba en la búsqueda de un buen plan que hiciera a Regina a un lado.

Al principio había estallado de furia. Los días siguientes al que Daniel le dijo que era enamorado de Regina Stefany se sumió en la más profunda depresión. Los días, en lugar de ser soleados y llenos de flores, le parecieron parcos y sin sentido. Empezó a caminar sin rumbo fijo por las calles. Su delgado rostro y su pelo rojizo la hacía resaltar entre la multitud. La nariz puntiaguda, la quijada desencajada y los huesos del cuello.
Un día llamó a Ética y le preguntó qué haría ella en su lugar. Ética, en lugar de darle una respuesta precisa, se puso a divagar en por qué aquel chico rubio la había besado una noche y luego había desaparecido. Se lamentó de la misma manera de otros chicos que también la besaron una noche para luego darse a la fuga. Finalmente se lamentaron de su vida amorosa y juraron vengarse para siempre de chicas como Regina Tidid.
- Eso es lo que tienes que hacer -le dijo Ética -, investiga sobre ella, espíala y si es necesario métete en su cuarto. Lo que tienes que hacer es saber todo sobre ella, para así saber con quién te enfrentas…
- Tienes razón -dijo Stefany.
- Ella es nuestra enemiga.
- Claro.
- Te apuesto que tiene algo oscuro que le oculta a Daniel. Es decir, todas las mujeres tenemos un lado oscuro y siniestro, encuentra el de Regina y te prometo que serás la primera en enterarte de su ruptura…
- ¿Tú crees?
- Yo lo conozco.
Stefany se lo pensó un rato.
- Y mientras tanto, ¿qué hago con Daniel? -Preguntó.
- Desaparece.
- ¿Qué?
- Es lo que hacemos las chicas. Si no puedes estar con alguien, pero lo sigues queriendo, por mucho que te duela y te mueras de ganas de verlo, tienes que desaparecer. Es una forma de decir: “Oye, sabes qué, todavía me queda algo de dignidad”.
Stefany hizo una mueca.
- Eso sí me va a costar bastante -dijo-, Daniel es como una especie de droga para mí.
- Tienes que hacerlo.
- Lo haré. Resistiré todo lo que pueda, pero te digo que va a ser difícil.
- ¿Te has acostumbrado a él?
Stefany no respondió, pero movió afirmativamente la cabeza.

Salieron a caminar por un parque. Fanny había tenido tiempo de maquillarse y de ponerse su mejor vestido. Daniel por el contrario llevaba un pantalón buzo morado y un polo azul, y a su pelo le faltaban algunos rulos, por lo que Stefany pensó, sin mucho desagrado, de que a lo mejor tampoco se había bañado.
- Hace tiempo que no te veía -dijo Daniel.
Caminaron juntos por el parque. Se miraron largo rato las caras y se dieron cuenta que habían pasado dos años. Cruzaron la pista y se detuvieron en una bodega. Stefany compró un par de galletas dulces por inercia. Dijo que era su dosis de azúcar de la semana y rompió el empaque con los dientes. Daniel la miró como hipnotizado.
- Es cierto que estar con Regina me quita tiempo -dijo.
Stefany asintió con la cabeza.
- Daniel, la gente elige con quien estar, deberías haber elegido mejor…
- ¿Qué es lo que tienes en contra de ella?
Stefany hizo una mueca a lo Elizabeth Taylor, tomó a Daniel de la mano, cruzó la pista y lo condujo por un sendero sinuoso que había en el parque.
- Escucha, Daniel, a pesar de que no he tratado mucho con Regina, tengo amigos que la conocen. Hace poco, me enteré de algo que tal vez… puede ser, que todavía no sepas…
- ¿Qué cosa?
- Regina, antes de estar contigo, paraba con este chico llamado Eduardo Linares, y resulta que se enamoró de él, y que estuvieron juntos largo tiempo. Durante esa época Regina fue hábil y logró hacer que nadie, ni su familia ni sus amigos más cercanos, se dieran cuenta que estaba saliendo con este Eduardo Linares. No se sabe exactamente en qué momento pasó, pero como sucede con los secretos, tarde o temprano todo salió a la luz.
- ¿Y qué pasó?
- Que la gente se dio cuenta que salía con este chico, y que este chico era nada menos que su primo hermano y que además no era judío…
Daniel se quedó con la boca abierta.
- ¿Estás bien? -Le preguntó Stefany.
Daniel cayó sentado en la banca del parque. Se quedó mirando fijamente un punto en la nada. Era como si aquella información hubiera entrado por sus ojos y hubiera perforado su cerebro.
- Mierda… -soltó entre dientes-, ahora lo entiendo todo, esa obsesión que tiene por su primo hermano y por qué no la veo los domingos…
- Exacto.
Daniel negó con la cabeza.
- No es posible… Yo lo he dejado todo por ella, ahora mismo ella debe estar con él… ¡Maldito católico!
- Vamos, no te pongas así. Ni siquiera sé si es católico.
- ¿Entonces qué es?
Stefany se lo pensó un rato.
- Puede ser que sea protestante…
Ella lo abrazó como se abraza a un niño pequeño. Hubo una pausa. Los pájaros cantaron. Las nubes se apartaron para darle paso al sol. A unos metros una niña jugaba con un perro grande y peludo.
- Puedes contarme siempre lo que quieras -dijo Fanny-, porque quiero ser tu confidente…
Daniel se limitó a estar callado. No le respondió. Tampoco estaba seguro de lo que ella estaba diciendo. En ése momento él sólo pensaba en Regina, en lo mala que era Regina, en lo mucho que ella lo había manipulado.
Silencio.
- Primero cuéntame algo tuyo -dijo Daniel.
- Cuando estaba en el colegio decidí cortarme el pelo muy chiquito, así como lo tengo ahora. Tú no lo conociste, pero mi pelo antes era grande y rojo, como la melena de un león. Hasta que un día decidí contármelo. A la mañana siguiente no fui a clases, mi papá me llevó a una peluquería y me cortaron el pelo muy chiquito. -Hubo una pausa en la que los dos permanecieron inmóviles.- A los pocos días no pude evitar ponerme mi uniforme escolar. Fue terrible. En el colegio sentí que todos volteaban a mirarme, yo sólo recuerdo que corrí con fuerza, sujetando mi maleta contra mi pecho. ¿Te ha pasado alguna vez que has querido simplemente fundirte en el espacio tiempo y desaparecer? Eso fue lo que me pasó a mí aquella mañana…
- Pero te dejaste el pelo así, bien cortito.
- Sí, me gusta esa sensación, creo que es mi parte oscura.
Daniel se quedó callado.
- ¿Tú no vas a contarme cual es tu parte oscura?
- Es que yo no tengo parte oscura -dijo Daniel.
- Todos tenemos una.
- Ética me dijo que no fuiste a la fiesta de promoción y que tampoco saliste en tu anuario.
- Así soy yo -dijo Stefany-, no me gusta dejar rastro.
Daniel rió.
- Si me muero -dijo Daniel-, quiero que pongan en mi funeral una canción de Bob Dylan…
- ¿Te gusta?
Daniel asintió con la cabeza.
- Sí, quiero que pongan una canción de su disco Freewheelin. Quiero que la pongan y que alguien diga: “¿Saben una cosa? Esta canción trata de la lluvia ácida…”.
- ¿Estás hablando en serio?
- No podría hablar más en serio.
Stefany acarició su cabello.
- ¿Te puedo contar un secreto? -Preguntó Daniel.
- Por algo soy tu confidente.
- Me voy a casar con Regina…
- ¿Estás hablando en serio?
La cara de Daniel adquirió un aspecto pálido.
- Ella está embarazada.

Pasaron cinco años.
El mes de febrero de 1975 llegó con la huelga de los policías. Los diarios, que estaban manipulados por el gobierno, se vieron obligados a no publicar noticia alguna al respecto. El sábado primero de febrero, los transeúntes más observadores podían advertir el descenso de los policías callejeros. Para el martes, Lima estaba desguarnecida. Los establecimientos comerciales, así como las oficinas públicas y privadas, funcionaron normalmente.
El día martes, vísperas del miércoles 5 de febrero, Daniel llamó a Stefany cumpliendo la vieja promesa de Ética, que Stefany iba a ser la primera en enterarse que Regina y David se habían separado. Aunque desde algún tiempo muchos podían pronosticar que el destino de aquel matrimonio iba a ser ése. Daniel podía ser un chico encantador, pero Regina ansiaba cosas que Daniel no le podía dar. No pasó mucho tiempo hasta que ella lo abandonó llevándose consigo a la hija que habían tenido, diciéndole que era incapaz de sostener una familia.
Era la oportunidad que Stefany había estado esperando hacía tiempo. Más de una vez, en el transcurso de los años en los que ella fue su confidente, sintió que había empezado a perderlo. Los días que Daniel no llamaba eran insoportables para Stefany. Se dio conque que tenía una obsesión. Coleccionaba fotos en lo que Daniel salía con Regina y su hija.
Un día, cuando fue a conocer a la niña, le dijo a Regina:
- Es una pena que no hayas podido casarte con tu primo.
A lo que Regina le respondió:
- Por lo menos mi mamá no es una estafadora.
Y hasta ahí pudo llegar Stefany, que en parte se sorprendió de lo bien informaba que se encontraba Regina, algo que no se lo esperaba, ya que siempre imaginó que la interesada era ella y no al revés. Pero comprendió que así como necesitaba estar informada, Regina también necesitaba defenderse, y nunca más volvió a tocar el tema. Tuvo miedo de que Daniel se enterara de las antiguas andanzas de su madre, por lo que decidió alejarse de ellos. Fue así hasta aquel día de febrero, cuando Daniel la llamó con la noticia de que Regina lo había abandonado.
Sin perder tiempo Stefany llamó a unas amigas y urgió información sobre el actual paradero de Regina Tidid. A pesar de que no era en lo absoluto una persona grata en la colonia, las mujeres se volvían cómplices cuando se trataba de chismes y secretos. No tardó muchas horas en enterarse de que Regina había huido con un comerciante japonés. De inmediato llamó a Daniel y se lo contó. Antes de colgar, quedaron en encontrarse al día siguiente en un café en el centro de Lima. Stefany le dijo:
- Te advertí que Regina era una ambiciosa y una coqueta, de seguro pronto dejara al tonto japonés.
A la medianoche, entre el martes 4 y el miércoles 5 de febrero, tanquetas y poderosos tanques de fabricación soviética empezaron su recorrido sobre las avenidas Abancay y Manco Cápac, hasta rodear por completo el cuartel de Radio Patrulla, en la avenida 28 de julio, donde se habían reunido los policías huelguistas. Acto seguido, cortaron la electricidad de varias manzanas. Una vez entrada la madrugada, las emisoras radiales en Lima fueron intervenidas por personal del ejército. Muchos transeúntes se aglomeraron en las inmediaciones de la avenida 28 de julio para ver lo que sucedía. Los luminosos reflectores de los tanques iluminaban la fachada del cuartel Radio Patrulla.
Un oficial parado junto a uno de los tanques habló por un altavoz. Leyó la proclama por la cual los huelguistas eran “traidores a la revolución” y se les dio un plazo de ocho minutos para que se entregaran pacíficamente. Adentro, los policías entonaron el Himno de la Guardia Civil. Transcurrido el plazo, los tanques derrumbaron la puerta del cuartel e ingresaron a la fuerza. Dispararon fusiles y metralletas contra los huelguistas.
La mañana del 5 de febrero de 1975 ningún medio de comunicación informó lo sucedido. La situación con los huelguistas había sido solucionada, pero la ciudad se había quedado sin policías. El ejército no había salido a la calle. Lima estaba a manos de una turba que, a medida que avanzaba la mañana, fue tomando calles y plazas.
Stefany Salzman se arregló muy temprano, por la mañana, y a eso de las 9 a.m. ya había tomado desayuno y se había puesto maquillaje. Su mamá, postrada en una silla de ruedas, le preguntó con extrañeza a dónde se estaba yendo. Fanny respondió que tenía una cita con el destino. Abrió la puerta y se fue. En la calle subió al Wolkswagen amarillo que el señor Salzman le había regalado por su cumpleaños número 21. Encendió el motor y puso la radio. Decidió que era una hermosa mañana de sol y que valía la pena, para hacer hora, tomar el camino más largo e ir por la avenida Arequipa.
Una vez que llegó a la avenida Wilson logró ver con sus propios ojos una masa desordenada de personas saqueando las tiendas e incendiando un edificio. Avanzó unas cuadras más y vio a lo lejos el diario Correo, de tendencia velasquista, arder en densas columnas de fuego.
La turba había empezado a golpear el Wolkswagen cuando alguien disparó desde el edificio del Centro Cívico. Fue suficiente para que Stefany bajara del carro y se empezara a arrastrar en dirección opuesta a su auto. La turba se dirigió a saquear el Centro Cívico. Una vez que estuvo lo suficientemente lejos, Fanny pudo ver como pateaban su Wolkswagen y le prendían fuego. Algunos de los que participaban en el saqueo aprovechaban para romper vidrios y entrar a robar las tiendas.
Decidió correr hasta cansarse. Faltaban todavía algunas cuadras para llegar al café en el que había quedado en encontrarse con Daniel. En el camino, un hombre algo mayor, vestido de terno y con el cabello engominado, le dijo que otra turba había destruido el Club Nacional y el cine Colón. Stefany empezó a llorar. El hombre de pelo engominado desapareció y en su lugar vio a un hombre que corría con un televisor en los brazos. Llegando al Jirón de la Unión logró ver que la Plaza San Martín había sido tomada.
- ¡Stefany! ¡Stefany! -Escuchó que alguien gritaba.
Cuando volteó, vio a un enorme tanque del ejército disparando contra todo lo que se movía. Stefany cerró los ojos. Una mano fuerte la jaló y sintió por primera vez el olor natural de Daniel, a quien abrazó, y por unos segundos todo quedó en silencio: los soldados gritaban en silencio, la turba incendiaba, asaltaba y destruía en silencio.
- ¿Estás bien? -Le preguntó Daniel, una vez que estuvieron lo suficientemente lejos.
Stefany se había desmayado unos minutos, por lo que Daniel había tenido que cargarla. Ahora ella estaba echada en la pista de una calle que parecía ser Camaná, o una adyacente. Stefany no contestó a la pregunta, en lugar de eso lo besó en los labios.

El departamento de soltero de Daniel no quedaba muy lejos de ahí. Daniel se había mudado hacía unas semanas ante la imposibilidad de seguir viviendo en la casa que había compartido con Regina. A pesar de que el lugar era sombrío y de que estaba ubicado en una zona comercial del centro de Lima, parecía que Daniel se había esforzado en hacerlo lucir ordenado y a la moda.
Una vez que cayó la noche se escuchó cada tanto un disparo de fúsil o el incansable traqueteo de las metralletas del ejército. Los disturbios habían cesado, pero en su lugar se implantó el más rígido toque de queda. Por la radio se escuchaba el comunicado del presidente, declarando Lima en estado de emergencia, por lo que se suspendían las garantías constitucionales.
Se escuchó otra ráfaga de metralleta.
- Mejor pongo música… -dijo Daniel, tanteando la situación.
Desde que llegaron, lo único que habían hecho era mirar por la ventana a una distancia prudencial lo que sucedía en la calle. Desde ahí vieron a los protestantes luchar a mano limpia contra los tanques del ejército.
- Voy a poner mi disco favorito, ¿qué te parece?
- ¿Cuál es? -preguntó Stefany.
Otra ráfaga de metralleta. Los gritos de alguien. El departamento de Daniel permanecía a oscuras. Empezó a sonar muy bajo, casi en silencio, “Blowin´ in the wind”.
- Se suponía que hoy íbamos a hablar sobre Regina -dijo Daniel-, pero parece que la historia nos lo hubiera impedido.
Silencio.
- ¿Qué longplay es ése? -preguntó Stefany.
- Uno de Bob Dylan. ¿Te gusta?
Stefany negó con la cabeza.
- No, a mí me gustan los Beatles.
- Lo sé.
- Si me muero, quiero que pongan en mi funeral “She is leaving home”.
- Qué buena canción.
Se escuchó una explosión. Ambos se abrazaron. Daniel estudió las facciones de Stefany. Ella cerró los ojos y empezó a disfrutarlo. El miedo y el amor hicieron una mezcla interesante.
Daniel abrió su corazón y le dijo:
- He tenido una fuerte crisis depresiva…
- Bienvenido a mi mundo -pensó Stefany.
- Comprobé que Regina está viendo a un japonés, contraté a un policía para que la siguiera…
Daniel se secó las lágrimas.
- Daniel, Daniel, Daniel…
Ambos se abrazaron.
Un tanque del ejército atravesó la calle de esquina a esquina, y luego la volvió a atravesar, buscando entre los cadáveres amontonados algún coronel de la policía, como el que había visitado a la señora Salzman muchos años atrás, buscando líderes sindicales o miembros del partido aprista. Los soldados buscaban identificar algún gringo, para mostrarlo a la prensa como un agente de la CIA.

Unos años más tarde Daniel se divorció de Regina. Aunque él siempre había recibido con una sonrisa todas las situaciones difíciles que se le presentó en la vida, poco a poco empezó a sentir un gran desprecio hacia Regina. Afianzó su amistad con Stefany y al poco tiempo se volvieron enamorados.
El país cambió.
La mañana del viernes 29 de agosto amaneció con un nuevo presidente. A altas horas de la noche del 28 o a primeras del 29, el Primer Ministro y Ministro de Guerra, Francisco Morales Bermúdez, se había pronunciado en Tacna: los jefes del ejército decidieron destituir a Velasco y reemplazarlo por el propio Morales Bermúdez.
No pasó mucho tiempo para que Daniel y Stefany se casaran. Los padres de él, sin embargo, nunca estuvieron muy satisfechos con ella, e intentaron persuadir a Daniel para que la desposara y esperara un año.
- No -dijo Daniel.
- Pero hijo -le dijo su padre-, mira lo que te pasó la última vez que actuaste impulsivamente.
- Es que ustedes no entienden, ella es muy distinta a Regina. Stefany nunca dejaría que me pase nada malo, ella nunca me abandonaría…
Cuando estaban a solas los papás de Daniel criticaban a Stefany, decían que era una mujer extraña y amargada, pelirroja como Lilith, grotesca y vulgar. Cuando conocieron a la señora Salzman, les pareció una mujer insoportable.
Pero finalmente se casaron según las tradiciones judías: él le extendió el anillo y ella le colocó el talit sobre los hombros. El rabino dio sus bendiciones. Daniel firmó la Ketubá. Después los novios fueron conducidos al jupá, una tela ceremonial sostenida por cuatro varas, donde Daniel rompió una copa y dio por finalizada la ceremonia.
- El hombre es como el vidrio -dijo el rabino-, si el vidrio se rompe se le puede volver a fundir y soplar, incluso cuando un hombre muere su vida no ha cesado…

Daniel vivió con Stefany en un departamento de San Isidro que sus padres le regalaron. Al principio, como suele suceder con los matrimonios jóvenes, todo fue felicidad y calor de hogar para los dos. Aunque en el fondo Daniel nunca se logró recuperar del abandono de Regina.
Una noche le dijo a su esposa:
- Quiero tener un hijo.
- Estas soñando, no tenemos cómo mantenerlo y tú no tienes un trabajo estable. Desde que nos mudamos, lo único que has hecho ha sido jugar ajedrez y escuchar música -Stefany dejó el libro que estaba leyendo-, conseguir un trabajo es más difícil que vender maletines y vajillas importadas…
- Puedo conseguir un buen trabajo, no soy un inútil.
Fue cuestión de tiempo para que Daniel consiguiera uno.
Los calendarios fueron arrojados a la chimenea. A veces recordaban la noche de los destrozos y hablaban de ello como si se trataba del último capítulo de una vieja telenovela venezolana. Stefany quedó embarazada dos veces. Ambos fueron varones y se llamaron Adolfo y Javier. El nombre de Regina Tidid era mencionado sólo en situaciones límite.
Aunque Stefany amaba a sus hijos nunca los cuidó. Al darse cuenta de esto, los papás de Daniel decidieron mandarle una nana llamada Amelia. Con el pasar de los años Stefany se volvió más retraída. Como Daniel llegaba tarde de trabajar, apenas se dirigían palabra. Empezó a salir a la calle mal vestida, con pantalones viejos y ropa pasada de moda. Se volvió a dejar el pelo largo y lo empezó a llevar recogido sobre la espalda.
Hablaban de la noche de los destrozos como un acontecimiento lejano. A veces Stefany tenía pesadillas sobre eso, donde los muertos de la calle se levantaban y le pedían auxilio. Stefany se volvió otra vez nerviosa. Su familia le parecía un grupo de extraños que habían invadido su privacidad.
Un día le dijo a su madre:
- Quisiera abandonarlo todo.
Su madre, postrada en una vieja silla de ruedas, le dijo:
- Eres una mujer mala.
Daniel tiró los calendarios a la chimenea. Stefany le preguntó si alguna vez había llegado a quererla. Daniel vio arder los meses y los días. Stefany cogió su cartera y salió a la calle con un pantalón viejo y una blusa desteñida. Hizo amigas que no eran de la colonia. Le dejó su papel de madre a la nana Amelia. Los niños crecieron amando a la nada Amelia. Ella era su madre de alquiler. A ella le rendían cuentas de lo que sucedía en el colegio.
Stefany se encerraba en su habitación. Los niños crecieron pensando que su madre estaba enferma de los nervios. Adolfo, el mayor, fue un chico regular y creció siendo poco expresivo. Javier, por el contrario, resultó ser un chico brillante y entusiasta que se volvió rápidamente popular en el León Pinelo. Un día llevó a una amiga a almorzar a su casa y se topó con sus padres discutiendo acaloradamente por dinero. David le reclamaba a su esposa que no se ocupaba de sus hijos, mientras él se partía el lomo en el trabajo.
- ¡Además sales a la calle vestida como una pordiosera! -Le gritó.
Esa noche la amiga de Javier volvió a su casa contando que la mamá de su amigo era una señora extraña, enferma de los nervios, que nunca miraba a la cara y que cuando veía llegar algún invitado se encerraba en su habitación azotando la puerta.

Stefany despertó de su letargo un frío día a finales de los años ochentas. Al principio pensó que sería una broma de mal gusto, pero los síntomas eran inconfundibles: agotamiento, nauseas y cambios en su estado de ánimo. Decidió hacerse una prueba de embarazo y salió positivo. Cuando se lo contó a Daniel, él le respondió:
- Eres una descuidada...
- No quiero tener este hijo…
Daniel la miró a medio desvestir.
- ¿Pero de qué estás hablando?
- No quiero tenerlo…
- Estás loca si piensas que vas a abortar.
Stefany, que ya estaba acostada, le dijo:
- Es que tú no lo entiendes, tú no entiendes nada. Yo soy la que aguantará esta barriga… -Y luego, llena de rencor, le dijo- ¡Maldita sea si es pecado o no! ¡No quiero otro hijo!
- ¿Cómo una mujer puede decir eso? Estás embarazada y punto, no hay vuelta que darle… ¿Eres una mujer o un demonio? ¡No vas a abortar!
- ¡Necesito abortar! ¡Quiero hacerlo!
- Pues no lo harás y punto -dijo Daniel, azotando la puerta-. Es mi hijo y yo decido, tú limítate a dar a luz y punto.
Los días de embarazada fueron odiosos para Stefany. Sintió que su cuerpo ya no era el de hacía quince años atrás y le angustió la idea de envejecer. Pasaba los días mirando a la nana Amelia hacer las tareas que supuestamente debería hacer ella. Cultivó el odio que tenía hacia ella y se divertía mandándola a hacer dos veces el mismo trabajo.
A veces Jhony llevaba a la señora Salzman a visitar a Stefany, la mayoría de aquellas visitas terminaban en peleas. Cuando la cosa se ponía muy tensa, la nana Amelia salía a buscar a los padres de Daniel para contarles que otra vez la señora Salzman y su hija estaban peleando.
La señora Salzman le decía a su hija:
- Le das mucho poder a esa nana Amelia, parece que no fueras madre de tus propios hijos…
Stefany respondía.
- ¡No me molestes mamá! ¡Tú nunca viste por mi cuando te necesité! ¡Siempre estuviste muy ocupada estafando gente!
Stefany terminaba diciéndole a su madre que se vaya y que la deje dormir, que se sentía frustrada porque Daniel la había obligado a tener ese hijo.

Cumplió nueve meses de embarazo en medio de una fuerte ola de calor. Una noche Daniel regresó muy tarde de trabajar y encontró a Stefany durmiendo desnuda, con dos ventiladores prendidos y la ventana abierta de par en par. El pelo rojo le llegaba a los hombros.
Empezó a quejarse de dolor a eso de la medianoche. Daniel le preguntó si ya tenía las contracciones. Estaba bañada en sudor. Sus senos eran enormes. Rebuscando entre las sábanas Daniel encontró un charco de sangre.
Llegaron en la clínica de madrugada. Como no dilataba bien, el médico les informó que iban a tener que practicarle una cesárea. Stefany, postrada en la camilla, le rogó al médico llorando:
- Por favor, mis dos hijos han nacido de manera natural.
El médico no respondió y se la llevó a la sala de operaciones. Cuando Daniel vio a la camilla alejarse tras las puertas del quirófano sintió su corazón lleno de dicha. Si esta vez era mujer, pensó, podría llenar el vacío que le había dejado Regina Tidid.
Stefany vio nacer a su única hija. Era una niña de dos kilos ochocientos gramos. Un bebé saludable y de rasgos finos. Cuando la enfermera le acercó a la recién nacida, Stefany no quiso abrazarla. Tampoco quiso que la pusieran sobre su pecho. Fue fría como un iceberg. Dijo que estaba agotada y que lo único que quería era irse a dormir.
Daniel hizo que le dieran leche a la niña. La abrazó y la acarició. Pensó que como la situación en casa era difícil, la llegada de esta niña podría arreglarlo todo. Estuvo cargándola un buen rato hasta que la enfermera se la pidió para llevársela al cuarto de recién nacidos.
La soledad de la clínica a ésas horas de la madrugada ameritaba un largo paseo a casa. La sensación de bienestar animó a un Daniel de cuarenta años que ya había perdido casi todas las esperanzas. Vio este acontecimiento como un nuevo horizonte. Bebió un café de la máquina y condujo con serenidad hasta su casa.
A la mañana siguiente Stefany se sentía distinta. A pesar de haber dado a luz sentía que algo le oprimía el pecho y le impedía respirar. A las once de la mañana una enferma entró a la habitación y vio que Stefany estaba despierta. La enfermera le dijo a la encargada que llevaran la niña a su cuarto.
Cuando llegó una enfermera con la recién nacida entre los brazos, Stefany le dijo:
- Déjela ahí en su cuna, ya le daré de comer, no necesito ayuda… retírese…
La enfermera comentó a su jefa de piso que la señora Stefany era fría con su recién nacida. Otra de las enfermeras dijo que poco antes de lo sucedido la había visto llorar amargamente. El doctor que le practicó la cesárea declaró ante la policía que Stefany se quejaba de todo.
Una vez que estuvo sola se acercó a la cuna de su recién nacida. Pensó detenidamente en que ahora tenía muchas otras responsabilidades, pensó en que nunca había querido tener la niña, en que por cuidarla iba a perder su libertad. Si bien todos estamos atrapados en este mundo, ¿no era mejor acaso librar a la niña de una vida que no había pedido tener? De cualquier forma aquello ya no era importante. La niña estaba ahí, en la cuna, mirando todo con mucha sorpresa, mirando a su madre como un demonio pelirrojo, como Lilith de vuelta entre los mortales, y sin pensarlo mucho, Stefany tomó a su hija recién nacida entre los brazos y la llevó hasta la ventana. Sin ningún sentimiento de culpa tiró a su bebé desde el noveno piso hasta el pavimento frío de la clínica.

Isaac Galski se enteró de la historia en una reunión social. Escuchó atento sobre la mujer que había tirado a su hija recién nacida por la ventana. Era una historia fascinante. Sus amigos se reían divertidos. La mujer era hija de una conocida estafadora que engañaba a las mujeres de la colonia en los años cincuentas. Además era pelirroja. Las mujeres en la reunión empezaron a llamarla Lilith, el demonio judío que asesina bebés.
Lo sucedido recorrió toda la colonia judía. A pesar de que Daniel había pedido tener extrema reserva en la clínica, no pudo evitar que las lenguas de las mujeres de la colonia funcionaran mejor que la televisión. Así la noticia llegó a oídos de Isaac Galski, filántropo y magnate de la industria del pescado, quien como obra de caridad suele ayudar a familias judías en desgracia. Bastó una llamada a casa de la señora Salzman para que ella acepte en nombre de la familia toda la ayuda necesaria.
- No sé cómo agradecerle… -dijo la señora Salzman.
- Sea humilde, uno nunca sabe cuando puede necesitar a los demás.
Stefany Salzman pudo entonces financiar abogados expertos que le diagnosticaron “demencia post parto” y la historia nunca llegó a los medios. Daniel nunca pudo hablar en público sobre la muerte de su hija, ni narrar el fuerte shock emocional que sufrió cuando llegó a la clínica y se enteró de lo sucedido. Ni las enfermeras, ni el personal interno pudieron declarar por televisión que habían atendido a la loca, que la loca no había querido ver a su niña, ni abrazarla, ni darle de lactar, que en lugar de eso la lanzó por la ventana, ¿qué clase de madre era ésa? Y nunca pudieron decir lo escalofriante que fue ver a la recién nacida desangrada en el pavimento del hospital, ni los gritos de Stefany diciendo:
- ¡Yo no quise hacerlo! ¡No quise hacerlo! -con lágrimas en los ojos.
Se le halló inocente en el juicio y nunca conoció la cárcel por su delito. Pero sin duda conoció el infierno, así como en la leyenda judía Lilith se encuentra con Satanás y ambos deciden ir a vivir bajo la superficie.
La señora Salzman murió a los pocos años en un asilo judío de ancianos. Hasta los últimos días de su vida quien se ocupó de ella fue Jhony. Algunos dicen que la tristeza por lo que hizo su hija la mató. Lo cierto es que Stefany nunca fue a visitarla. A pesar de todo, Daniel nunca se divorció de ella. Isaac Galski asumió en determinado momento los gastos de la educación universitaria de Adolfo y Javier, con la condición de que se casaran sólo con mujeres de ascendencia judía.
Stefany abandonó el tratamiento psiquiátrico que se le impuso luego del juicio y se fue a vivir con una amiga y una empleada a Villa María del Triunfo. Actualmente se dedica a vender ropa usada y sus hijos evitan el tema. Algunos en la colonia judía afirman haberla visto alguna vez, caminando con el pelo blanco y desordenado, en la calle, con la mirada que sólo pueden tener las personas que ha conocido sus precipicios interiores.

sábado, enero 13, 2007

enero 2006

domingo, enero 07, 2007

El primo se acerca donde la prima 1 y le dice:
- ¿Sabes qué? Los abuelos de Montesinos eran primos hermanos…
- Bueno, sucede en las mejores familias.
Rostros que se desdibujan.
Se acerca la prima 2 y el primo dice:
- ¿Sabes qué es realmente patético? Besar a tu prima en la boca…
Risas grabadas de un programa cómico.
La prima 2 no tiene mucho qué decir y se queda callada.
- No, no, no… -Dice el primo-. Más patético es haberte enamorado de tu prima alguna vez…
La prima 1 asiente. Asombro de parte del público. Comentarios al ras del suelo y el sonido eléctrico de una bombilla cuando se quema.
Todo lo que dice la prima 2 es insonoro.
- Pero, más patético todavía, es haberte enamorado de dos primas y que ambas sean hermanas.
Risas, carcajadas del público, aplausos. Un chico silba y grita:
- ¡Bien dicho!
La prima 1 sonríe y dice.
- Oye, nosotras hablamos de eso todo el tiempo.
Risas.
Créditos.
Fin del programa.

lunes, enero 01, 2007

Señor, hay un abismo de recuerdos en mi sopa.